El cambio climático desplaza a millones, pero sin consenso global ni financiamiento, los afectados carecen de apoyo. Trump y la ultraderecha complican los avances en un reto que exige acción urgente.
Millones de personas en todo el mundo se ven obligadas a abandonar sus hogares debido al cambio climático, una crisis humanitaria que exige una respuesta urgente y coordinada. Fenómenos como el aumento del nivel del mar, inundaciones extremas, sequías prolongadas y huracanes cada vez más intensos están forzando a comunidades enteras a emigrar. Sin embargo, los comúnmente llamados “desplazados climáticos” aún no cuentan con un reconocimiento oficial entre los foros internacionales.
La ausencia de un marco legal y el temor de los países más industrializados a asumir mayores compromisos económicos dificultan las discusiones sobre este tema crítico. Ahora, con el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, especialistas advierten que las divisiones políticas y la inacción climática podrían agravarse.
A nivel global, el impacto del cambio climático sobre las comunidades más vulnerables ya es evidente. Datos del Centro de Monitoreo de Desplazamientos Internos (IDMC) muestran que en 2022 más de 32 millones de personas fueron desplazadas por desastres relacionados con el clima, y estas cifras aumentan cada año.
De acuerdo con el último informe del Banco Mundial, para el año 2050 aproximadamente, 216 millones de personas en todo el mundo se verán obligadas a desplazarse por causas climáticas, que incluyen la escasez de agua, la disminución de la productividad de los cultivos y el aumento del nivel del mar.
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Si bien existen tratados internacionales como el Protocolo de Kioto y el Acuerdo de París, que desde hace tres décadas buscan regular las emisiones de gases de efecto invernadero y frenar el cambio climático, no incluyen el concepto de desplazados climáticos, lo que dificulta los esfuerzos actuales para abordar la crisis. Según Rogelio Rosas, director de la asociación civil Reacciona, renegociar estos acuerdos para incluir este término puede traer consecuencias negativas: “Es darle entrada a que los negociantes busquen una forma de reducir las responsabilidades en otras áreas”, señala.
En la COP29, celebrada en Bakú, Azerbaiyán, la migración climática no ocupa un lugar destacado en las discusiones. Iván Muñoz, quien se encuentra dentro de la cumbre, asegura que “las negociaciones han sido más ásperas” y que los avances son más lentos de lo esperado.
En México, hay casos de desplazamientos climáticos, como en la comunidad de “El bosque” en Tabasco, donde la erosión costera provocada por el aumento del nivel del mar les obligó a trasladarse.
Desplazados climáticos: La otra crisis
Las sequías o las inundaciones dejan miles de desplazados cada año y el cambio climático aumenta la cifra. Se trata de personas que deben dejar su hogar, pero que no siempre abandonan su país.
A nivel internacional, naciones insulares como Tuvalu enfrentan una amenaza existencial. El aumento del nivel del mar podría sumergir por completo sus territorios, obligando a su población a enfrentar la pérdida de sus hogares, sus medios de vida y su identidad cultural. Frente a esto, el gobierno de Tuvalu ya negocia con Australia y Nueva Zelanda un plan de reubicación, lo que refleja la gravedad de la crisis para las pequeñas islas.
Otro ejemplo es el del delta del río Mekong, en Vietnam, una de las regiones agrícolas más importantes del mundo, donde el aumento del nivel del mar y la salinización de los suelos amenaza la seguridad alimentaria y obliga a cientos de miles de personas a buscar nuevas tierras. En África, el lago Chad, que solía abastecer de agua a más de 30 millones de personas, ha perdido un 90% de su volumen en las últimas décadas, desplazando a comunidades enteras que ahora enfrentan conflictos por el acceso a recursos cada vez más escasos.
Estos son solo algunos ejemplos, que serán cada vez más frecuentes a medida que nos alejamos de las metas del Acuerdo de París, que busca limitar el aumento de la temperatura global a 1.5 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales, un límite que ya hemos alcanzado, advierte Rosas.
El escenario se complica aún más con el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos en 2025, pues amenaza con complicar la cooperación climática global. Durante su mandato anterior, Trump retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París y promovió políticas favorables a los combustibles fósiles. Su discurso negacionista y antiinmigrante tendrá consecuencias devastadoras, tanto para los acuerdos climáticos como para los desplazados climáticos.
Considerando las posturas del presidente electo es todavía menos probable que se reconozca a migrantes climáticos, añadiendo más estigmatización a las personas en situación de movilidad. Esta postura no solo afecta la narrativa en Estados Unidos, sino que incentiva a otros líderes.
Un ejemplo reciente es el de Javier Milei, presidente libertario en Argentina, quien ordenó el retiro de su delegación de la COP29 apenas iniciada la cumbre. Si bien no hay un comunicado oficial que relacione esta decisión con Trump, el mandatario argentino apareció esa misma noche en una gala junto al expresidente estadounidense en Florida.
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“El panorama político global es poco alentador, con un aumento de gobiernos conservadores que vienen acompañados de un negacionismo climático y menor regulación de los mercados”, explica Rogelio Rosas. Incluso países como México, bajo un gobierno de centroizquierda, han limitado las energías renovables, un patrón que se repite globalmente en beneficio de los combustibles fósiles.
La influencia de Estados Unidos se extiende a foros internacionales como el G20, el FMI y el Banco Mundial. Según Rosas, “si Estados Unidos se retira del Acuerdo de París, será todavía más complicado que se logre un mayor avance”. A esto se suma el estancamiento del financiamiento climático, que, como advirtió Iván Muñoz, enfrenta “dos retos principales: conseguir los recursos y movilizarlos”.
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A pesar del pesimismo que rodea la cooperación climática global, los especialistas insisten en que aún hay margen para actuar. Iniciativas como el financiamiento para pérdidas y daños o los planes de transición justa podrían ser un punto de partida, siempre y cuando las potencias económicas asuman compromisos claros y los recursos lleguen a las comunidades más vulnerables.
“El cambio climático no es solo un problema ambiental, es una cuestión humanitaria. Necesitamos empatía y solidaridad global para enfrentar esta crisis”, concluye Muñoz, pero advierte que el tiempo para actuar es limitado: “Las consecuencias ya están cada vez más marcadas”.